Cuando el trabajo que amas comienza a comerse tu vida
A veces no es el estrés lo que más te desgasta. Es la duda. Esa sensación persistente de que, aunque te guste lo que haces, algo no está del todo bien.
A veces no es el estrés lo que más te desgasta. Es la duda. Esa sensación persistente de que, aunque te guste lo que haces, algo no está del todo bien.
Largas jornadas, satisfacción por lo logrado… pero también una reflexión constante: ¿qué estoy dejando de lado por estar aquí… cumpliendo?
Siempre he considerado normal que un trabajo demande esfuerzo y sacrificio, sobre todo si quieres tomártelo en serio y ver progreso.
Y más aún si entiendes que la mayoría no persigue lo mismo. En ese escenario, esforzarse más parece una oportunidad para avanzar más rápido.
(suena el MTV Unplugged de La Ley mientras escribo)
Pero un trabajo que amas puede ocultar fácilmente una conducta nociva: la de absorberte por completo.
Porque cuando persigues el éxito, es fácil justificar que “más horas” significan “mejores resultados”. Y así, sin fallar al compromiso, le sigues dando.
Incluso tu cabeza sigue conectada fuera del horario laboral.
Y no es que te obliguen o te pongan una pistola en la cabeza. Es que te importa. Y cuando te importa, el tiempo simplemente se va.
El problema es el costo invisible: la vida fuera del trabajo.
Ese cumpleaños que te saltaste por llegar con el informe, ese saludo que no enviaste, la foto del WhatsApp que no tuviste tiempo de descargar para ver y contestar. El partido de fútbol al que no llegaste por cumplir.
Hay cosas que pasan y no esperan. Mientras trabajas por tus sueños, ocurren los primeros pasos de tu hija, una conversación con tu pareja que nunca existió, una noche tranquila sin revisar el correo o planificar la agenda del día siguiente.
¿Está mal?
¿Es egoísta buscar realización personal si eso implica dejar cosas –y personas– de lado?
No hay fórmula.
No existe un equilibrio ideal que aplique para todos.
Te dicen que el buen trabajo será recompensado… ¿pero con qué? ¿Y a costa de qué?
Con el tiempo, entendí que no era el agotamiento lo que más me pesaba. Era el miedo a mirar atrás y no haber estado.
Creo que en algún momento vale la pena hacerse una pregunta sincera:
¿Estás construyendo lo que realmente quieres… o lo que crees que deberías querer?
Porque la vida, en esencia, es corta.
No hay mucho margen para gastar años que no volverán. No se puede simplemente hacer borrón y cuenta nueva. Ese tiempo no regresa.
Y si no es el camino, mejor córtalo ya. O al menos prepárate para hacerlo.
Porque no hay nada más triste que el anciano que mira hacia atrás y solo ve el lamento de no haberlo hecho antes… cuando aún podía, cuando aún significaba algo.
No hay una receta clara. Solo la intención de volver, cada cierto tiempo, a mirar nuestras prioridades.
De no dejar que lo urgente del trabajo tape lo importante de la vida.
Tú…
¿cómo equilibras lo que amas con lo que no quieres perder?